¡Hola!
Hace unos días, en pleno periodo vacacional —una semana de noviembre que me regalé para no hacer nada trascendental a ojos de la sociedad— terminé de leer Gozo, de Azahara Alonso, un libro del que creo que quienes escribimos podemos sacar algunos aprendizajes o mantras para disfrutarlo más.
En el texto, la autora reivindica la necesidad de tener tiempo que invertir en actividades por placer, utilizando el año sabático del que disfrutó en Malta de hilo conductor para abordar otros temas que le interesan, como el modelo de trabajo en el que estamos prácticamente todos inmersos y las obligaciones que de él derivan.
«¿Qué significa un día en la maraña de los exactamente doce mil trescientos treinta que me constituyen? ¿Cuántos he empleado desde entonces en hacer lo que debía frente a lo que quería? ¿Cuáles de ellos son los días perdidos? Y, sobre todo: ¿qué permite que merezcan la pena?», Azahara Alonso.
Lo que me resonó del libro, más allá de algunas de las referencias literarias que Alonso utiliza, es que la ausencia de gozo es algo que he sentido durante mucho tiempo en la escritura. Un tener que, siempre presente, ha tenido bloqueada esa parte mía amante del disfrute durante largos periodos. Y creo que pasa con muchos otros aspectos de la vida de persona adulta: el placer y el disfrute parecen necesitar de una justificación constante.
Pedimos vacaciones porque estamos agotados o porque queremos hacer ese viaje pendiente, no simplemente por el placer de cortar con la rutina; aprovechamos los fines de semana y festivos para llenarlos de planes solo porque sentimos la necesidad de ocupar nuestro tiempo; miramos las redes sociales en cualquier minuto vacío de contenido para no sentir que nos perdemos algo; y así, un largo etcétera. Pero, ¿cuántas veces nos paramos realmente a pensar en disfrutar de lo que pueda surgir de no tenerlo todo planificado?
Y en la escritura, sobre todo en la que no persigue un objetivo, es muy necesario dejarse llevar y disfrutar del proceso, más allá de lo que nos pueda estar esperando al final del camino. Resulta catártico y liberador, créeme.
Así que, desde estas líneas, me sumo a la reclamación de la necesidad de contar con espacios carentes de deberes en pro de llenarlos con solo un estar con lo que nos plazca en esos instantes. En mi caso, casi siempre, será la escritura.
¡Nos leemos pronto!
Escritura porque sí existe gracias a ti. Me encantará leerte en los comentarios de este texto y saber cuánto tiempo dedicas a escribir por puro disfrute.